LIFEL1k3 by Jay Kristoff

LIFEL1k3 by Jay Kristoff

autor:Jay Kristoff [Kristoff, Jay]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


–No creía que hubiera ratas de alcantarillas tan grandes —murmuró Lemon.

—Yo no creía que hubiera nada tan grande. —Eve asintió.

—Tengo la sensación de que van a levantarse sobre dos patas y a preguntarnos si necesitamos indicaciones. —Lemon se estremeció—. Te lo juro, una de ellas llevaba un chaleco.

La caminata a través del derruido alcantarillado de Armada había sido tortuosa; el pestazo, impío. Pero al menos fue relativamente breve. Después de una hora o así, Ezekiel los condujo por una corroída escalera de servicio, soltó de un puñetazo una vieja tapa de alcantarilla y los ayudó a desembocar en un callejón sin salida en algún sitio del laberinto en las entrañas de Armada.

Las calles estaban agrietadas y ahogadas por la basura, amuralladas por todas partes por los cascos de los barcos que se elevaban hacia el cielo. El callejón salía a una calle abarrotada, y Eve se dio cuenta entonces de que era sábado por la noche. Había jóvenes rebeldes circulando con sus colores. Pisacabezas con un ojo en la gente guapa de paseo. Pastilleros y flipados vagando entre los antros y los fumaderos. Logikas oxidados corriendo de un lado a otro a través de la multitud por petición de sus dueños. Cuero y barras de maquillaje. Neón y manchas de sangre. Armas y cuchillas y dagas.

Una cuadrilla de la Hermandad estaba en una esquina, con sus sotanas rojas a prueba de balas, predicando sobre los males de la biomodificación y la llegada del Señor. Eve se encorvó, giró en sus talones rápidamente. No sabía si los rumores sobre ella habrían llegado al continente desde Sedimento, pero no tenía cuerpo ni estaba de humor para descubrirlo.

Aquella noche hacía un calor asqueroso, empeorado por la suciedad de su ropa. La gente guardaba las distancias con ellos: el brazo faltante de Ezekiel se ganó un par de miradas de extrañeza, pero daba testimonio de la dureza del vecindario que nadie hubiera llamado a lo que allí pasara por los agentes de la ley. Eve suponía que era una suerte que olieran así. Se necesitaría una máscara de gas solo para pensar en robarles, y no llevaban nada encima que hiciera que el esfuerzo mereciera la pena.

Después de una búsqueda rápida, Ezekiel encontró una vieja boca de incendios, todavía milagrosamente anclada al sistema subterráneo de agua. Agarró el Excalibur de Eve, golpeó el sello metálico y fue recompensado con el estallido gris de la alta presión y una estridente alarma. Los sucios niños callejeros acudieron en bandadas a bailar bajo el rocío. Eve se lavó lo mejor posible, frotándose el mohicano antes de apartarse para dejar que Lemon y Ezekiel disfrutaran de su turno bajo la fuente.

—Vamos —dijo el realista—. Los Bucaneros estarán de camino. Por destruir el mobiliario urbano, podríamos terminar haciendo fila contra un casco y fusilados.

—Eres un malhechor. —Lemon sonrió con satisfacción—. Siempre he tenido debilidad por los chicos malos.

—Vuelva a guardársela en los pantalones, señorita Fresh —gruñó Cricket.

—¿Para qué me serviría ahí?

Ezekiel agarró a Kaiser y los condujo a través



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